El socialismo y el capitalismo son dos sistemas económicos absolutamente antagónicos, que impactan de manera opuesta a las sociedades. En el mundo, la mayoría de los países se rigen bajo el sistema capitalista, mientras que otros se encuentran bajo el sistema socialista moderado o “light” que son más parecidas a la filosofía política de la democracia social que a cualquier otra cosa. Aquellos gobiernos que aplican el socialismo real, de “librito”, son muy pocos y generalmente sus economías terminan siendo un desastre que las lleva a adoptar medidas capitalistas para poder subsistir. Aquellos que se han resistido a hacerlo, culminan empobrecidos y en la debacle social.
Cuba, China, Vietnam, Corea del norte y Rusia, son ejemplos de países que adoptaron el sistema socialista real, basado en los principios marxistas-leninistas y algunos con el componente maoísta, que tuvieron que modificar su manejo de la economía y sus modelos de producción, permitiendo la entrada de capitales y firmas transnacionales, aún cuando en su forma de gobierno continúen rigiéndose por principios socialistas, pero respetando la propiedad privada de esos nuevos inversionistas.
Desde que Venezuela se convirtiera en república en 1830, nos regimos por el sistema capitalista de producción -con o sin dictaduras militares- hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, cuando se ha querido implementar un modelo de producción socialista. Como resultado, la fuga de capitales ha sido enorme; no existe prácticamente inversión extranjera, la inversión de capital interno es prácticamente inexistente; y el estado ha venido desarrollando una política de “Socialismo de estado” -que no de capitalismo de estado- (ver artículo Capitalismo de estado Vs. Socialismo de estado), para monopolizar el acceso al trabajo y a la actividad productiva.
En el mundo capitalista, la clase media es el pilar fundamental de la sociedad. En ella se encuentran los profesionales y los consumidores potenciales de mayor importancia. La clase alta son los dueños del gran capital y de los grandes medios de producción. La clase baja generalmente está representada por los obreros asalariados, pero el capitalismo, en un país como Venezuela donde existe educación gratuita, tiene la gran virtud de permitirle a cualquiera ascender de clase social, dependiendo de su esfuerzo personal en el estudio y el trabajo. El socialismo por el contrario, en particular el socialismo de estado, nivela a todos por abajo. El estado se convierte en el gran monopolizador de la actividad productiva y es quien determina el ingreso de cada trabajador, su alimentación, su educación y su estatus social y económico. Nada depende del esfuerzo personal, sino la contribución al mantenimiento del “establishment” y la participación política en un partido generalmente único, cuyos jerarcas constituyen la clase burguesa, constituida generalmente por un muy pequeño grupo que se encuentra en la cima del poder político y/o militar.
La transición de un sistema a otro está llena de múltiples traumas. En el caso de Venezuela, ¿cómo hacerle entender a una persona que se sacrificó toda su vida para alcanzar los logros materiales que posee, que debe abandonar la propiedad privada de sus bienes para convertirlas en propiedades colectivas y compartirlas con aquellos cuyo único esfuerzo ha consistido en aplaudir más fuerte al caudillo de turno? Y en el caso de un país como Cuba, ¿cómo hacerle entender a aquellos que están acostumbrados a una pastilla de jabón mensual, que esos grandes almacenes de ropa de marca que ahora se ven en La Habana, o los grandes hoteles donde la comida se sirve en abundantes bufetes en las zonas playeras de Cuba, son para uso exclusivo de los turistas y que para el cubano común y corriente su ingreso está vedado?
Cuba, China, Vietnam, Corea del norte y Rusia, son ejemplos de países que adoptaron el sistema socialista real, basado en los principios marxistas-leninistas y algunos con el componente maoísta, que tuvieron que modificar su manejo de la economía y sus modelos de producción, permitiendo la entrada de capitales y firmas transnacionales, aún cuando en su forma de gobierno continúen rigiéndose por principios socialistas, pero respetando la propiedad privada de esos nuevos inversionistas.
Desde que Venezuela se convirtiera en república en 1830, nos regimos por el sistema capitalista de producción -con o sin dictaduras militares- hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, cuando se ha querido implementar un modelo de producción socialista. Como resultado, la fuga de capitales ha sido enorme; no existe prácticamente inversión extranjera, la inversión de capital interno es prácticamente inexistente; y el estado ha venido desarrollando una política de “Socialismo de estado” -que no de capitalismo de estado- (ver artículo Capitalismo de estado Vs. Socialismo de estado), para monopolizar el acceso al trabajo y a la actividad productiva.
En el mundo capitalista, la clase media es el pilar fundamental de la sociedad. En ella se encuentran los profesionales y los consumidores potenciales de mayor importancia. La clase alta son los dueños del gran capital y de los grandes medios de producción. La clase baja generalmente está representada por los obreros asalariados, pero el capitalismo, en un país como Venezuela donde existe educación gratuita, tiene la gran virtud de permitirle a cualquiera ascender de clase social, dependiendo de su esfuerzo personal en el estudio y el trabajo. El socialismo por el contrario, en particular el socialismo de estado, nivela a todos por abajo. El estado se convierte en el gran monopolizador de la actividad productiva y es quien determina el ingreso de cada trabajador, su alimentación, su educación y su estatus social y económico. Nada depende del esfuerzo personal, sino la contribución al mantenimiento del “establishment” y la participación política en un partido generalmente único, cuyos jerarcas constituyen la clase burguesa, constituida generalmente por un muy pequeño grupo que se encuentra en la cima del poder político y/o militar.
La transición de un sistema a otro está llena de múltiples traumas. En el caso de Venezuela, ¿cómo hacerle entender a una persona que se sacrificó toda su vida para alcanzar los logros materiales que posee, que debe abandonar la propiedad privada de sus bienes para convertirlas en propiedades colectivas y compartirlas con aquellos cuyo único esfuerzo ha consistido en aplaudir más fuerte al caudillo de turno? Y en el caso de un país como Cuba, ¿cómo hacerle entender a aquellos que están acostumbrados a una pastilla de jabón mensual, que esos grandes almacenes de ropa de marca que ahora se ven en La Habana, o los grandes hoteles donde la comida se sirve en abundantes bufetes en las zonas playeras de Cuba, son para uso exclusivo de los turistas y que para el cubano común y corriente su ingreso está vedado?
Es eso lo que está en juego en las elecciones de noviembre de 2008. Se trata de escoger en cuál de los mundos viviremos nosotros y nuestros hijos. No se trata para nada de unas simples alcaldías y gobernaciones. Se trata del primer paso hacia la recuperación de los espacios políticos vitales, para permitir que cada quien se desarrolle en base a su esfuerzo. Que sea la meritocracia el criterio que prive en todos los aspectos de la vida del venezolano y no la mediocridad y el adoctrinamiento.
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