En la campaña electoral de 1998 Hugo Chávez logró conectarse emocionalmente con la gran masa de electores a través de su discurso antipartidista y nacionalista, logrando también renovar la esperanza de la clase pobre, marginada por décadas de la riqueza petrolera. Esas personas se identificaban con su mensaje y producto de esa nueva ilusión, en las barriadas la gente pintaba en el frente de sus humildes viviendas ¡Viva Chávez! Hoy, las cosas han cambiado mucho, al punto que me atrevería a asegurar que las grandes mayorías ya no le apoyan. No solo las encuestas han empezado a cambiar, se siente también en la calle.
Unos de estos días pasados, producto de una de esas protestas populares que por docenas hay diariamente en el país, la salida de la urbanización donde vivo estuvo trancada por la manifestación, a causa de un chofer muerto en manos de la delincuencia armada. Al intentar salir caminando, las personas de la urbanización se confundían con las de las barriadas cercanas.
Al pasar al lado de un indigente con trastornos mentales que merodea por las calles de la urbanización, este gritó: “ojalá que Chávez les siga dando por donde les duele” mientras su mirada se perdía en el cielo. Dentro del grupo de personas humildes que pasaba por su lado, uno de ellos dijo en voz alta: “pobrecito Chávez, todas las culpas se las echan a él”. Al escuchar esto, una mujeres también humildes comenzaron a gritarle, refutando su posición, al punto que pensé que lo iban a linchar. Entre otras cosas le decían: “Pobrecito... si, como no... sigue pensando así del desgraciado ese. Él es el que tiene armado a todos los malandros” o “Por pensar de esa manera es que estamos jodidos” o “Ponte las pilas, ¡pajuo!”.
Unos de estos días pasados, producto de una de esas protestas populares que por docenas hay diariamente en el país, la salida de la urbanización donde vivo estuvo trancada por la manifestación, a causa de un chofer muerto en manos de la delincuencia armada. Al intentar salir caminando, las personas de la urbanización se confundían con las de las barriadas cercanas.
Al pasar al lado de un indigente con trastornos mentales que merodea por las calles de la urbanización, este gritó: “ojalá que Chávez les siga dando por donde les duele” mientras su mirada se perdía en el cielo. Dentro del grupo de personas humildes que pasaba por su lado, uno de ellos dijo en voz alta: “pobrecito Chávez, todas las culpas se las echan a él”. Al escuchar esto, una mujeres también humildes comenzaron a gritarle, refutando su posición, al punto que pensé que lo iban a linchar. Entre otras cosas le decían: “Pobrecito... si, como no... sigue pensando así del desgraciado ese. Él es el que tiene armado a todos los malandros” o “Por pensar de esa manera es que estamos jodidos” o “Ponte las pilas, ¡pajuo!”.
El desencanto de las grandes mayorías es palpable. La idolatría de antes se ha transformado en decepción y frustración y el miedo se ha transformado en rechazo. Ya no hacen falta las multitudinarias marchas, ni las grandes concentraciones. Por eso, la verdadera revolución ahora es silenciosa y el 23 de Noviembre la derrota electoral será tan contundente, que dejará a Chávez prácticamente sin piso político.
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